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Liesel Böhler

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Mensaje por Liesel Böhler Sáb Ago 29, 2009 8:35 pm

Liesel Böhler LieselB1


Nombre
Liesel Böhler

Especie
Humana

Edad
29 años

Fecha de Nacimiento
25 de diciembre.

Lugar de Residencia
Forks.

Descripción Física
Liesel Böhler

Descripción Psíquica


Amable y educada, Liesel Böhler es de las que no puede entrar al salón de clases sin antes haber saludado a cada alumno en la puerta y haberles deseado un hermoso día. Algunas veces es bastante dulce y reservada pero otras, trata de ser lo más alegre posible, siempre anima a sus amigos a celebrar sus cumpleaños y es de las que hornea un pastel cada vez que algún docente del Instituto en el que trabaja, está de cumpleaños.

Le gusta tener detalles con las personas y puede ser considerada una buena amiga, porque es de ésas que no juzgan sino que simplemente escuchan y tratan de dar un buen consejo. No cree que la maldad en las personas sea un hecho fortuito, pues su opinión con respecto al tema es que todos han nacido siendo buenos pero en algún punto del camino, algo en sus vidas cambió y decidieron tomar un camino alejado de las buenas acciones. No cree que la gente decida ser mala porque sí.

Algunas veces puede ser muy sociable, pero otras, simplemente no quiere hablar con nadie. Detesta que se metan en sus cosas y le cae mal la gente que pregunta más de la cuenta. Le cuesta hablar de su vida privada y por eso es que siempre trata de centrar cualquier conversación en la persona con la que está hablando, para que, de ese modo, nadie le pregunte cosas que ella no quiere responder.

Ella misma se define como una persona normal, sin tantas virtudes pero tampoco con tantos defectos; que nunca irá a parar a un psiquiátrico pero quien no toma la cordura como lema de vida.


Ocupación
Estudió Medicina, pero actualmente es la profesora de biología del Instituto de Forks.

Familia

Agnes Böhler [Madre] = Reside en Munich junto a su marido.
Heinrich Böhler [Padre] = Reside en Munich junto a su esposa.
Emanuel Böhler [Hermano Mayor] = Fallecido en Marzo del año 2107.
Elias Böhler [Hermano Menor] = Reside en Nueva York, donde trabaja en una importante galería de arte; es pintor.

Historia Personal


Nació en Munich, Alemania durante la mañana de Navidad del año 2079 y desde ése momento fue considerada como el mayor regalo que la vida pudo darle a la familia Böhler, nació siendo la menor de dos hijos pero el tiempo se encargó de convertirla en la niña en medio de dos chicos, pues cuando tenía cinco años, nació su hermano menor Elias Böhler. Ella (Liesel) y Emanuel (su hermano mayor) se encargaron de consentir a aquel pequeño como si de eso dependieran sus vidas. Lo que sucedía era que Elias no se dejaba consentir sino que quería proteger a su hermana mayor, a la niña rubia y de ojos azules, a la inquieta Liesel.

Y es que si algo la caracterizó desde siempre, fue esa tendencia a romper las reglas, a trepar árboles cuando se lo prohibían y a correr en la calle durante una tarde lluviosa. Liesel era de alma libre y de pensamientos, siempre adelantados para su edad. La niña que creció y se convirtió en mujer ante la mirada atónita de sus familiares que no podían creer que la muchachita traviesa estuviera a punto de terminar sus estudios de secundaria y comenzar su andar universitario. Ya era hora de dejar a su familia, de dejar a sus padres de la misma manera que los había dejado Emanuel cuando decidió salir del país y aceptar la plaza que la prestigiosa universidad de Yale, en los Estados Unidos, le brindaba por su excelente promedio académico.

Ella sabía lo difícil que era estar lejos de algún familiar, pues Emanuel había sido todo para ella, junto a su pequeño hermano Elias. Incluso había noches en las que no conciliaba el sueño pues las lágrimas no le permitían dormir, porque lo extrañaba de manera increíble y porque sentía miedo de estar lejos de él. Lo cierto era que Emanuel era su mejor amigo, el hermano que cualquier persona desearía tener, siempre preocupado por los suyos y haciendo lo posible porque todo a su alrededor estuviera bien; el que contaba un chiste en el momento apropiado y daba palabras de aliento cuando eran necesarias; el que se desvelaba estudiando junto a Liesel cuando ella no entendía algo de matemáticas o el que se levantaba temprano para llevar a Elias al colegio. El hermano al que volvería a ver, pues al cumplir dieciocho años de edad ya estaba lista para comenzar sus estudios en la Universidad de Harvard, también en los Estados Unidos.

Había conseguido una plaza para estudiar Medicina y no pensaba desaprovechar la oportunidad de establecerse lejos de tanta sobreprotección y cuidados. Era su hora de aprovechar la vida y tener un poco más de libertad.

Su llegada a América fue más emocionante de lo que había esperado alguna vez, sobre todo porque su hermano había ido a recibirla al aeropuerto, luego de casi tres años de ausencia, él estaba nuevamente a su lado; y era cierto, extrañaba a sus padres, a su hermano menor, pero no podía negar que estaba feliz de poder abrazar nuevamente a Emanuel y compartir la vida junto a él. Vida que se tornó maravillosa, académicamente hablando, pues su desempeño en la Universidad le valió el reconocimiento de sus profesores y compañeros, por lo que al cumplir veintitrés años se graduó con honores de aquella casa de estudios. Sus padres y hermano menor acudieron al evento y ese día, la felicidad fue la reina de su vida.

Y la misma Universidad de Harvard le presentó la oportunidad de especializarse en neurocirugía, ella aceptó sin miramientos y al cabo de unos cuantos años más, ya se estaba recibiendo nuevamente, ésta vez como neurocirujana. Definitivamente, el mundo de la joven Böhler no podía estar lleno de más alegría. Se sentía dichosa y orgullosa de sí misma, se sentía agradecida con sus padres y sus hermanos, quienes siempre la apoyaron, se sintió en deuda con la vida, por haberle dado tantas cosas buenas. Se sentía más que nunca Liesel Böhler, la del alma libre y sonrisa deslumbrante.

Por eso decidió tomarse un tiempo de vacaciones y regresar a su querida Alemania, allí, junto a sus hermanos, decidió hacerle un obsequio a sus padres: una casa nueva. Una casa en la que se escribiría la nueva historia de una humilde familia alemana llena de sueños y fe, de amor y esperanza, de vida, de alegría.

Pero el asunto real era, que en ese momento el gran ausente era el menor de los hermanos Böhler y es que ahora era el turno del pequeño Elias, quien también iba a la Universidad, gracias a sus excelentes calificaciones en el colegio; fueron incluso mejores que las de Liesel y Emanuel y por esa razón, tuvo la oportunidad de asistir a la prestigiosa Brown, logrando que los hermanos Böhler pudieran decir que dejaron huella en la Ivy League.

Durante aquellas “vacaciones” que Liesel había tomado, tanto ella como Emanuel decidieron quedarse junto a sus padres. Aquellos fueron los días más hermosos que Liesel pudo vivir, porque a pesar de tener casi veintocho años, se sentía como la pequeña niña que corría a los brazos de su hermano mayor y trepaba los árboles con su ayuda. Aún era la Liesel sonriente y animada, aún tenía el alma en libertad. Aún era ella misma.

Y de pronto… todo aquello cambió de manera brusca, cuando una mañana, luego de su regreso a los Estados Unidos, llegó la noticia al hospital en el que trabajaba…:

“Señores televidentes, tenemos el penoso deber de informar acerca de un aparatoso accidente ocurrido hace pocos minutos en la autopista principal de la ciudad. Más de diez coches se han visto involucrados y hasta ahora, el número de muertes asciende a dieciséis. Los heridos de gravedad están siendo trasladados a los centros médicos más cercanos y se agradece que tomen vías alternas”


En ese momento comenzó el caos.

Los doctores corrieron en todas direcciones y las enfermeras se preparaban para despejar la sala de emergencia. Liesel dejó a un lado su desayuno y corrió a su consultorio, para llamar a Emanuel y Elias, ya que ambos tenían planeado ir a visitarla aquella mañana y ella quería asegurarse de que no hubieran salido aún. Era imposible que les atendiera en aquel momento.

Pero Emanuel no respondía.

—Doctora Böhler, la necesitan en el quirófano.
—Necesito sólo un momento, no puedo localizar a mi hermano.
—Es una emergencia, acaba de llegar un herido grave y necesita una intervención.
—¿Liesel? Liesel ¿estás ahí?

Pero Liesel ya no lo escuchaba, había entregado su teléfono a la enfermera y se dirigía al quirófano, para atender a aquel paciente. Aquel paciente que se había complicado y que luego de cuatro horas en medio de una sala de operaciones había perdido la batalla contra una muerte inescrupulosa y ávida de dolor, que decidió llevárselo antes de tiempo. Liesel no sabía nada de él, pues su rostro había sido cubierto antes de que ella entrara a la sala y ninguno de los enfermeros decían conocer algo de sus datos, al parecer todas sus pertenencias estaban en manos de la policía.
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Mensaje por Liesel Böhler Sáb Ago 29, 2009 8:38 pm

•••


Regresó a su consultorio pensando en el dolor que iba a causarle a su familia, pues ella no había podido salvar a aquel hombre. Pensó en sus padres, en sus hermanos y en sus primos, sintió pena por su esposa, tal vez por su novia y por sus hijos. El dolor llegó a su corazón cuando se imaginó dándoles la noticia a todos ellos o cuando, por el contrario, no encontrara a nadie con quien hablar porque el chico estaba solo en aquel lugar. Pensó en su propia familia y volvió a llamar a Emanuel, pero él no respondía. Entonces llamó a Elias y su saludo asustado le hizo ponerse de pie.

—Es Emanuel. Estuvo en el accidente, pero intento llamarle y no puedo dar con él.
—¿A qué te refieres con “estuvo en el accidente”?
—Su auto fue uno de los más afectados, estoy aquí y él no está. El auto…
—¿No está? ¿Dónde está?
—No saben qué decirme, ha venido un oficial y dijo que lo habían llevado a un hospital, me han entregado sus pertenencias.
—¿Sus… sus pertenencias?
—Sí, pero se niegan a darme más información.
—Muy bien, buscarás a un oficial, cualquiera y le preguntarás por él, a qué hospital lo trasladaron y cuál era su estado. Te llamaré en cinco minutos y me dirás qué sucedió.

Y dicho esto terminó la llamada, salió presurosa del consultorio y casi corrió por los pasillos del hospital hasta llegar a la recepción.

—Emanuel Böhler ¿ha ingresado al hospital?
—Doctora… no, no lo sé.
—Estuvo en el accidente.
—No ha ingresado ningún paciente con ese nombre.
—¿Puedes informarme si lo traen acá?
—Claro que sí, doctora.

Y el teléfono sonó de nuevo. Era Elias, por supuesto.

—¿Qué te dijeron?
—Lo llevaron… él está, lo trasladaron al hospital… allí donde estás ahora.
—No… Emanuel no ha entrado al hospital, la recepcionista acaba de decirlo.
—¿Cómo sabes que no ha ingresado? Sus pertenencias están en mis manos, el oficial dijo que por eso conocieron su nombre, nada más.
—Pero…

Y lo recordó.

“Nadie sabe nada de él, según los paramédicos su auto quedó destrozado pero sus pertenencias no llegaron al hospital, no sabemos su nombre ni mucho menos su edad, no hay un número para localizar a sus familiares, simplemente sabemos que está grave y que usted es la última esperanza que nos queda para que continúe con vida”


“—Mi pequeña traviesa, sabes que mamá detesta que subas a los árboles, dice que son juegos de niños.
—Pero es divertido, las chicas también podemos subir.
—Lo sé, lo sé pero trata de no hacerte daño.
—¿Le dirás a mamá?
—Nunca le diré, será nuestro secreto.”


Un teléfono que caía al suelo.

“—Sabes que quiero comer chocolates ¿por qué no me dejan hacerlo?
—Comerás todos los que quieras, pero luego del almuerzo.
—¿Por qué debo esperar hasta después del almuerzo? Yo quiero almorzar chocolates.
—Porque si los comes antes del almuerzo te harán daño.
—¿Cómo lo sabes?
—¿Olvidas que lo sé todo?
—Pero no se vale, yo también quiero saberlo todo.
—Vamos pequeña, deja de discutir y ve a almorzar, yo iré a comprarte chocolates.
—¿De verdad?
—¿Te he mentido alguna vez?”


Angustia.

“—¿Qué quiere decir que mamá esté embarazada?
—Que tendremos un hermanito.
—¿Un hermanito? ¿Será mayor que yo?
—No Liesel, será menor.
—Pero yo no quiero un hermano menor. Papá y tú me olvidarán por su culpa.
—Eso nunca va a pasar.
—¿Y si es una niña? ¿Si es una niña bonita?
—Ninguna será más bonita que tú. Yo no voy a dejar de quererte porque llegue otra niña a la casa.
—¿Y no me dejarás?
—Nunca te dejaré.
—De todas formas quiero que sea niño.
—Yo también, sería bueno poder jugar al baseball.
—¿El baseball? ¿Qué es el baseball?
—Luego te lo explicaré.”


Miedo.

“—¿Sabías que estoy orgulloso de ti?
—No digas eso porque quieres consolarme.
—No tengo por qué consolarte a ti. Debo consolar a ese idiota que ha decidido dejarte a un lado, por lo visto está ciego o es un poco demente. ¿Dejarte a ti? ¿Y por la tonta descerebrada de Leanne?
—¿De verdad estás orgulloso de mí?
—De verdad.
—¿Por qué?
—Simplemente porque eres Liesel Böhler. ¿Nunca te has sentado a analizar lo maravillosa que eres?
—¿De verdad crees que Leanne es una tonta descerebrada?
—Nunca he estado más seguro de algo en toda mi vida.”


Desesperación.

“—¿Emanuel?
—¿Si?
—Te quiero.
—Y yo a ti mi pequeña traviesa.
—¿Algún día volveremos a casa?
—Podemos volver ahora si así lo quieres.
—¿Cómo lo haremos?
—Cierra los ojos.
—¿Qué?
—Sólo cierra los ojos… respira profundo e imagina a mamá llamándonos para el almuerzo ‘Liesel, Emanuel, vengan a comer’ y de pronto las risas de Elias por haber llegado antes a la mesa. Las reprimendas de papá porque no se ha lavado las manos y la brisa, esa brisa que juega con todo, que mueve las hojas de los árboles y que huele a flores. ¿La sientes?
—Sí.
—Y luego caminamos y comienza a llover, de modo que tenemos que correr a casa y aguantar los reclamos de mamá porque estamos ensuciando la alfombra. Elias nos defiende y dice que no podíamos controlar el clima. Papá sonríe y un minuto después, mamá también lo hace. Nos sentamos a la mesa y decimos la oración. Papá comienza a comer y nosotros lo seguimos, mientras mamá nos cuenta lo que ha dicho la vecina sobre el servicio eléctrico, se queja de no tener una casa en la que esas cosas no fallen y los tres juntamos las cabezas, Elias, tú y yo. Prometemos comprar una nueva casa para mamá y sonreímos.
—Debe tener bonitos cuadros.
—Los tendrá.
—Y de pronto, un trueno. La luz se va y mamá comienza a gritar preocupada. Papá busca una linterna y de pronto se encuentra con nuestros rostros, lo abrazamos y comenzamos a cantar, para que mamá no se asuste. Papá nos acompaña y mamá comienza a reír, al parecer cantamos mal. De pronto la luz regresa, pero nosotros seguimos cantando. Es divertido y a papá le gusta. ¿No sientes que estás en casa?
—Haz silencio, Mamá ha empezado a cantar.”


—¿Quién era él?
—Doctora.
—Necesito verlo. ¿Dónde está?
—Doctora… acabamos de identificarlo, no creo que sea prudente que usted lo vea, no ahora.
—¿Dónde está?
—Liesel.
—No.
—Lo siento mucho, en verdad.
—No, él no.
—Liesel.
—¿Dónde está?
—Acaban de llevarlo a la morgue.

Una rubia que corría por los pasillos, un corazón que latía desesperado, que gritaba de miedo y que sentía que pronto dejaría de vivir. Un vigilante que le impedía el paso y al que ella empujaba decidida a entrar. Una sala fría, carente de vida, una sala gris. Y justo en medio, un médico dispuesto a comenzar con su labor… preparado para trabajar en un nuevo cuerpo sin vida. El cuerpo de un chico rubio, que acababa de morir. Del hermano, del amigo, del confidente, del que no debía estar allí.

—¿Doctora Böhler?
—Emanuel.

Lágrimas que comenzaban a correr por unas pálidas mejillas. Un suspiro, un abrazo, un abrazo frío. Dolor. Pedir disculpas. Rogar perdón.

—No, no, no Emanuel… no puedes hacerme esto. Tú no puedes hacer esto. Lo prometiste. Tú no me dejarías nunca, nunca lo harías. Siempre ibas a estar aquí. No hagas esto, por favor. No juegues así, no te lo permito, vamos abre los ojos y sal de aquí. No voy a molestarme contigo, lo juro, no lo haré. Pero no hagas esto. Vamos, mamá y papá no saben nada y no tienen por qué saberlo. No le diremos lo que sucedió, pero levántate y vámonos de aquí.
—Doctora…
—Emanuel… Emanuel por favor.
—Liesel.
—No, no… vamos Emanuel, está bien, yo tomé tu abrigo pero prometo que no vuelvo a hacerlo, sé que es tu favorito y no volveré a tocarlo. No me hagas esto, no por un simple abrigo. Despierta, Böhler despierta.

Pero era imposible y no le tomó demasiado tiempo entenderlo. Cuando se dejó caer al suelo el médico forense la tomó entre sus brazos, pero ella no podía entender qué sucedía porque ya nada tenía sentido. Su hermano ya no estaba, ella misma había tenido su vida en sus manos y no pudo hacer nada para salvarlo. No había primos a los que avisar, porque los Böhler no tenían, no había esposa o novia a la que dar la noticia, porque Emanuel había terminado con Lucille hacía ya más de seis meses. No había nada que pudiera hacer, ella era la responsable de lo que sucedía, ella no había podido salvar a su hermano. A ese hermano que hacía todo por ella, que la protegía y que mentía para que su madre no la reprendiera. ¡Era su Emanuel! Su mejor amigo y su confesor. El que le compraba chocolates. El que le explicó qué era el baseball. El que juro quererla aunque una nueva niña llegara a casa, el que podía hacerla volver junto a sus padres, el que la abrazaba cuando se sentía sola, quien la consolaba porque un chico la hubiera dejado. Era Emanuel, por Dios santo que lo era y Liesel no quería creerlo. Porque ¿cómo podía creer que su hermano mayor había decidido dejarla sola?

Durante los días que siguieron a aquel suceso, Liesel no salió del hospital, no quiso llorar, no quiso comer, ni dormir, ni vivir… pero o era muy cobarde o sus hermanos valientes le habían inculcado muy bien el temor a huir de sus problemas de ésa forma, ella no era de ésas que creían que la muerte solucionaba cualquier cosa. Pero sí, hubiera querido encontrar una manera más fácil de evadir todo aquel dolor que sentía, la culpa que caía cada noche sobre su corazón y lo hacía pedazos con tanta facilidad que parecía imposible que pudiera reconstruirse algún día. Era respirar porque los pulmones así lo decidían, caminar porque los pies guiaban todo el trayecto y estar viva porque no le quedaba otra opción. Era olvidarse de los amigos y dejar a un lado todos los sueños, era no escuchar música nunca más, porque cada nota le recordaba a Emanuel, era gritar en silencio y pedir una explicación, era discutir con ese Dios en el que había creído y exigirle que devolviera a su hermano, acusarle de ladrón por haberse llevado su vida y pedir incluso un intercambio, poder regresar el tiempo y morir ella en lugar de él. Era comenzar a tener miedo de salir a la calle y preferir quedarse encerrada en casa, era ver cómo pasaban los días sin poder encontrar un motivo para vivirlos a plenitud, era llevar su sweater siempre porque en él estaba impregnado su olor, era no poder hablar con sus padres, por sentirse la asesina de su hijo mayor, era no querer ver a Elias por saber que le había arrebatado a su hermano, era sentirse impotente y vacía, era sentir dolor, era saber que ese dolor nunca se iría a menos que Emanuel volviera, era dejar guardadas las metas en una gaveta, deshacerse de cada plan a futuro y quedarse varada en un punto cualquiera de la vida, un punto en el que no había luz pero tampoco oscuridad, en el que no se oía ni un solo ruido, en el que no vivía la soledad, sino que estaba sola, un punto cualquiera de la vida en el que nada tenía sentido.

Era todo parte de una rutina que acabó el día en que su hermano menor decidió sacarla de aquella casa en la que tanto ella como Emanuel habían compartido cada día desde que ella llegó a América.

—Mamá y papá se han ido esta mañana, están preocupados por ti.
—Lamento no haber ido a despedirlos.
—Ellos no te ven desde el día del funeral.
—Lo lamento.
—Están preocupados. Estamos preocupados.
—Yo… lo siento, en verdad.
—No, no lo sientes y no tienes por qué, te entiendo, entiendo lo que sientes, él también era mi hermano… entiendo la relación que ustedes tenían, siempre la entendí y nunca sentí celos porque tanto tú como él supieron hacerme sentir parte de sus vidas. Sé que aún lo quieres y que lo sientes junto a ti, pero no puedes hacer esto, no puedes hacerte esto a ti ni puedes hacerlo a nuestros padres, tampoco voy a permitir que me hagas esto a mí, porque ya perdí a un hermano, no quiero tener que perder a mi hermana también.
—Yo… es que… lo extraño.
—Lo sé y lo entiendo. Pero yo lo extraño a él y te extraño a ti.
—Quiero que vuelva.
—Liesel, debes aprender a vivir con esto.
—¿Cómo puedes decirlo así, tan fácilmente? ¿Acaso no te duele que se haya ido?
—¿Quién ha dicho que se fue? ¿Acaso no recuerdas, quién decía que siempre iba a estar a nuestro lado? Él nunca se irá, aún no se ha ido ¿es que no lo sientes en las paredes? ¿No sientes por las noches que acaricia tu mejilla antes de dormir? ¿Qué te abraza porque te sientes sola y te hace compañía para que no sientas miedo? ¿Acaso no ver que sigue aquí, a tu lado, que nunca se irá porque nunca querrás que te deje? Sé que es difícil, porque quieres mirarlo a los ojos y necesitas que te abrace, pero cierra los ojos y respira profundo… ¿No puedes verlo? ¿Te das cuenta de algo? ¿Notas que su sonrisa no está? Y nunca estará si sigues así. Liesel, eras su niña consentida, su pequeña traviesa, su alma libre… si no sonríes él nunca más lo hará, no importa el sitio en el que esté, nunca sonreirá si su pequeña no lo hace.
—Pero es difícil.
—Eso también lo sé, pero no es imposible. Además, me tienes a mí y siempre estaré aquí para ti, puedes gritarme y golpearme, puedes descargar contra mí, toda la ira que sientes, puedes pedirme que me vaya, puedes decir que nunca más volverás a hablarme, puedes decir lo que quieras pero no me iré. Soy tu hermano y también te quiero, también te necesito y también exijo que sonrías de nuevo. No lo hagas por mí, hazlo por él.

Y fue de ésa manera, que la joven Böhler pudo volver a vivir. Que dejó a un lado tanto dolor y se aferró a la esperanza de que Emanuel continuara por siempre junto a ella, en cada brisa o en cada gota de lluvia. Era su hermano que se había dedicado a estar, el que nunca la abandonaría. Y por él, ella siguió adelante. Por él aceptó cada abrazo de Elias y lloró en su hombro cuando sentía la necesidad de hacerlo. Fue por él que escuchó cada palabra de aliento del único hermano al que podía mirar a los ojos; ésas palabras que iban acompañadas de un “te quiero” y que aseguraban que él nunca iba a soltar su mano, que al contrario, la aferraría cada vez con más fuerza.

Fue por él que decidió marcharse a Washington e ir a parar a Forks, ése lugar lluvioso y gris en el que la paz podía ser su compañera. Se estableció en una pequeña casa y decidió también dejar a un lado la Medicina, porque se sentía incapaz de volver a ejercer. Se convirtió en la profesora de biología del instituto del pueblo y puso todo de su parte para dejar de ser la mujer triste y solitaria y convertirse en Liesel la sonriente, la que ayudaba y la que estaba siempre allí para escuchar. La que aconsejaba y se dejaba aconsejar. La que vivía la vida de la mejor manera posible, para que al llegar el momento de reencontrarse con su hermano, éste la mirara a los ojos y pudiera decirle de nuevo: Estoy orgulloso de ti.


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Mensaje por Liesel Böhler Sáb Ago 29, 2009 8:39 pm

Datos Extra


—En Forks, nadie sabe lo sucedido con Emanuel. Ella evita siempre, hablar sobre su familia.
—Sufre de insomnio.
—Es ambidiestra.
—No le gusta el té.
—Sale a trotar cada día antes de las seis de la mañana.
—No sabe nadar.
—Le gusta cocinar y su especialidad son los postres.
—Es fanática del baseball.
—No puede leer sólo un libro a la vez, tiene que leer como máximo tres.
—Lleva una esclava de plata colgando de su mano derecha, tiene una letra “E” como dije.
—Aún conserva el sweater de Emanuel que tomó prestado el día en que él murió.
—Sabe tejer pero odia hacerlo.
—Tiene un perro llamado Duke.
—Nunca ve la televisión.
—Cada día después del almuerzo, come un chocolate.
—No le gusta el pan.
—Su comida preferida son las ensaladas.
—No sabe bailar.
—Le gusta caminar bajo la lluvia.
—Es amante de los paseos en la playa.
—La mayoría del tiempo que está en casa lo vive descalza.
—En el árbol más grande del jardín de su casa construyó una pequeña casita de madera, nunca va allí pero es un símbolo del recuerdo de su niñez, en la que trepaba árboles junto a sus hermanos.
—Aún mantiene contacto con Elias y se hablan prácticamente todos los días.
—No piensa ejercer la medicina nunca más.
—Una vez estuvo a punto de casarse, pero una semana antes de la boda decidió que no podía hacerlo.
—Le tiene miedo a los aviones.
—No le gusta conducir, por lo que se traslada a todos lados en bicicleta.
—Le gusta patinar, pero en Forks casi nunca lo hace.
—Practicó ballet cuando era pequeña, pero lo dejó antes de cumplir trece años.
—Sabe tocar el piano pero no tiene uno propio.
—Tiene un violín pero no es suyo, pertenecía a Emanuel y ella es incapaz de deshacerse de él.
—Algunas veces se deprime tanto que no puede salir de su casa, cuando eso sucede, escribe una carta a su hermano Emanuel y luego la guarda en un pequeño baúl de madera.
—No celebra su cumpleaños, pero no porque no le guste sino porque el día de Navidad lo pasa siempre en casa viendo películas o compartiendo con su hermano Elias que es el único de su familia con quien realmente habla. De modo que cuando quiere celebrarlo, elige el veintiséis de diciembre y sale a cenar fuera de casa, junto a su hermano y, algunas veces, junto a algunos amigos también.
—Hace mucho tiempo que no ve a sus padres, por dos razones. La primera, no se siente capaz de enfrentarlos luego de lo sucedido con Emanuel; y la segunda, en el fondo sabe que sus padres la culpan por lo sucedido.
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