[+18] Bienvenida | 20 de Julio, 1 p.m. | Reservado

El chico del camión de la mudanza le ayudó a llevar todo a adentro. Había cajas por todas partes, muebles en habitaciones que no correspondían, y varias bolsas perdidas por ahí.
Aire nuevo, vida nueva. Las presiones estaban acabadas, y la falta de presencia de otras personas en la casa permitiría lograr el orden que tanto le agradaba. Esa exigencia de que todo esté impecable que se imponía a sí mismo.
Entre tanto lío se olvidó de su gato. Lo buscó por la casa y no lo encontraba. Se le ocurrió que podría andar afuera.
-¡Ben! -gritó y lo encontró ronroneando entre las piernas de alguien más -Disculpe, es muy travieso.

-Me gustan los felinos. - dije mirando al hombre fijamente.
Era apuesto pero tenía mucha tranquilidad en su rostro, y su sangre olía a una especie de santo...
-Debería probar la sangre de algún santo.- pensé mientras sonreía.
-¿Nuevo? Todo Estados Unidos se está mudando por aquí. - dije atrapando al gato antes de que se escapara con su dueño.

La belleza de la mujer le impactó y enseguida tomó en sus brazos a Ben, lo que singificaba que pretendía seguir con la charla. O al menos eso interpretó.
¿Qué querrá decir con eso de que se muda todo el mundo aquí?
-Entonces debe tener un imán de humanos -sonrió.
Intentaría ser amable con sus vecinos porque ese era un punto clave para empezar en una ciudad que lo recibía.
-¿Eso es molesto para una lugareña como tú?
Estaba claro que ella era de Port Angeles por la forma en que le había dicho que medio país se conglomeraba en la diminuta ciudad de Port Angeles.

Sonreí haciendo un lado mi boca en un gesto.
-Me parece de lo más divertido que haya gente nueva por estos lugares. Hay más variedad de...- quería decir "de comida" pero no lo encontré necesario, aún - personas. Por cierto, yo también soy nueva. - miré hacia un lado - Por allí está mi casa, puedes ir a visitarme cuando quieras. - mostré mis dientes en una gigantesca sonrisa.

-Ah, nueva, disculpa -se corrigió -Bonita casa. Sí, tal vez algún día...
La miraba fijo, exminandola. Algo era raro en ella y se preguntaba qué. O tal vez sólo le parecía extraña porque acababa de llegar a Port Angeles. Y ése era un cuestionamiento necesario a la vez de que con él alargaría la charla.
-¿Por qué viniste a Port Angeles? -dijo.

El niño necesitaba hablar.
-Me había aburrido de Los Angeles. Si, allí nadie duerme jamás. Pero me había cansado del sabor del lugar... - reí por mi frase con doble sentido - Esto es muy tranquilo. Te gustará. Tienes cara de ser muy pacífico. - arrojé al gato a sus brazos con tal rapidez que el animal ni siquiera pudo sacar sus uñas de manera defensiva - Si. Tal como lo había pensado. Muy pacífico. Casi dormido. Despierta! No sabes si alguna vez un vampiro puede atacarte. - levanté una de mis cejas.

Atajó a Ben pero no tuvo tiempo de criticar aquello porque le salió con algo más loco aún. ¿Vampiros? Pobre muchacha se quedó en los cuentos fantásticos... Ella tenía que despertar de los sueños. Los vampiros no existen, son sólo personajes de alguna que otra obra literaria. Estarán en películas, en leyendas. Pero son sólo eso: un mito. No es real, es la imaginación de la mente de las personas que recrea estos seres.
-Tengo ajo de sobra en la heladera, no te preocupes -ironizó y rió -Sí, es tranquilo y eso me agrada -acariciaba a Ben por el daño que pensaba pudo haberle hecho la joven al lanzarlo -Entonces, ¿te gustan las historias fantásticas?

Inocente. Pobre.
-Ajá, amo las historias en las que los humanos que no creen en vampiros terminan siendo atacados por uno de ellos.- reí mientras levantaba mi rostro - ¿Tienes también crucifijos? ¿Una estaca para clavar en el inexistente corazón de los vampiros? ¿Qué harías si estuvieras.... en una historia fantástica, y te encuentras con un vampiro? ¿Estarías asustado?- dije mientras me acercaba a su rostro para inundarlo de mi aliento irreal.

Se acercó hacia él y a pesar de que esa chica no le gustaba, permaneció en el mismo lugar en el que se encontraba.
-Que linda -rió -¿Asustado? Probablemente. Pero si fuera el personaje de una historia de vampiros sobreviviría. Tú lees esas cosas y sabes de que estoy hablando. El personaje principal nunca muere -lo dijo en voz baja, sólo ella lo escucharía. Creaba un ambiente tétrico y a la vez divertido.
Porque era todo una pavada. Hablaban de criaturas inexistentes como los vampiros, pero a la jovencita le gustaban. Y no iba a desfraudarla.
Los cuentos se le subieron a la cabeza, la dominaron. Rió internamente sabiendo que él había estado en ese punto cuando las historias de extraterrestres eran lo único que leía. Pero maduró.

Pensé las mil y un maneras de asesinarlo.
De llenarme de su sangre no sin antes dejarlo agonizar desangrando, y reir fuertemente mostrándole que él no sabía nada de la realidad.
Yo también creí que eso de vampiros era estúpido, que era mentira, era cuento de niños... hasta que me convertí en uno de esos... animales fantásticos como muchos dicen.
-Prueba que no existen los vampiros. - dije con calma susurrando en su oído - Di que no existen. - seguí rozando su delicado cuello con mis labios - O pide piedad. - esta vez fueron mis dientes los que se apoyaron en su fina piel que escondía su sangre latente, aún sin hacerle daño.
Quise crear un vínculo con él para que sintiese terror, pero no quería presionarlo tan temprano.

Soltó al gato y éste maulló por la brutalidad en la que fue liberado. Vince no podía coordinar en ese estado. Nunca dijo que la muchacha no era atractiva. Era una situación incómoda. ¿Qué pretendes, jovencita?
Lo primero que se le ocurrió fue que estaba loca y se escapó del psiquiátrico, aunque no tenía demasiado sentido. Estaba seguro de que tenía plena conciencia de lo que hacía. Lo estaba burlando y ya era un exceso.
Se convirtió en la única teoría que manejaba en esos escasos segundos. Lo sedujo, fue inevitable. Lo llevó al punto de complacerla sólo para tener privilegios. La mente de una loca actuaría así, como la de un perro. Si eres bueno con un perro, él te será fiel toda la vida. Y él lo sabía.
No. No iba a negarse a semejante criaturita. Demasiado perfecta y atrayente como para dejarla ir.
-Piedad.
Seguirle el juego.

Sonreí al escuchar su petición.
Lo tomé del cuello con mis manos y lo empujé fuertemente contra la ventana del frente de su casa, haciendo añicos el vidrio y cayendo sobre el aún embalado sofá.
-¿No vas a pelear por tu vida?- levanté una de mis cejas al mirarlo a los ojos.

No sabe de dónde sacó tanta fuerza para empujarlo contra el vidrio de la ventana, romperlo y caer sobre el sofá. El corazón le latía demasiado rápido y su cabeza no reaccionaba ágilmente después del golpe que se había dado.
Oyó la voz de ella pero no pudo prestarle atención a sus palabras. La corrió de encima de sí mismo, sentía un dolor en la espalda, estiró su mano débilmente y rozó la herida. Estaba sangrando.
-Maldición -murmuró limpiándose la mano en su propia camisa -En la caja que dice baño hay un líquido desinfectante, traélo por favor -le dijo mientras se quitaba la camisa.
Había muchas preguntas por hacer, pero primero su cuerpo debía estar en condiciones. ¿Por qué hiciste eso? ¿Cómo lo hiciste? ¿Para qué lo hiciste?

Reí sonoramente. ¿Pretendía que fuera su enfermera?
-De acuerdo. - dije con una gran sonrisa corriendo hacia el baño, pero antes sin que él percibiera qué estaba haciendo, apoyé mis labios en su espalda para beber un poco de su sangre - Deberías creer en los vampiros. - dije riendo.
En menos de 10 segundos estaba echándole alcohol en la herida con la botella y desde la distancia en la cual me encontraba con respecto a él, no sólo acertando en la herida sino también en toda su espalda.
Me acerqué a él y suspiré en su oído.
-¿Arde? Puedo liberarte de este sufrimiento.

Los labios de la joven en su espalda eran contrastantes con la sangre caliente. Estaban muy fríos, como si acabase de tomar un helado. No le dio tiempo a que le contestara, a los segundos se encontraba nuevamente detrás de él echándole el líquido en la espalda.
Mumuró en su oído ciertas palabras. No estoy sufriendo. No pensaba decirle que sí o que no. Existían preguntas pendientes en su mente que necesitaban ser contestadas con urgencia. Se dio vuelta para quedar cerca de su cara. Sabía que las palabras que salieran de sus labios rozarían la piel nívea de la joven.
-¿Cuál fue el propósito de tu acción, linda?
Ese linda era irónico. Aunque era lo suficientemente bella como para que se lo adjudicase.

Me gustaba su actitud. Era sensual.
Quería enfrentarme, como si pudiera vencerme. Por un momento me sentí enamorada de él. Reí ante ese pensamiento.
-Demuéstrame que los vampiros no existen, explícalo, lindo. - guiñé un ojo.
Acaricié su nariz con mi dedo índice.

Si interpretaba sus signos las cosas no seguirían bien. Lo sabía, por eos trató de relajarse y olvidarse de que el mundo seguía avanzando, los minutos pasando.
-¿Cómo podría darte de pruebas de algo que no existe? -levantó las cejas advirtiéndole el propio desconcierto -Es como un mito, como la religión. Son sólo creencias que la gente tiene con el pasar del tiempo -su voz era calma y tranquila -Las necesita para encontrar soluciones a sus problemas. Dime ¿acaso tú crees en las brujas? La sociedad de la Edad Media creía y se encargaron de quemar a inocentes en la hoguera por esa superstición. Fue una moda, ya se perdió con el tiempo.
Se lo explicó de la manera más clara que pudo. Expuso sus argumentos de forma concisa y esperaba que ella desistiese de la broma.
Algo, le llevó a comprometerse con ella y a olvidarse de las preguntas que quería hacerle. Al menos por esos instantes no las estaba teniendo en cuenta.

Me acerqué a sus labios y le di un rápido beso. Ni siquiera fue uno. Sólo fue un rápido contacto con sus labios.
-Soy vampiro. - sonreí - Intenta matarme, intenta quemarme. Tu, profesor de historia, dime, ¿cómo asesinaban a los que creían que eran vampiros? Inténtalo conmigo.
Sabía que no tendría respuesta, pues nadie era capaz de asesinar a un vampiro, ni siquiera en la Edad Media.

No pasó por alto el roce de sus labios, pero debía prestarle la importancia necesaria a sus palabras.
¿Vampiro? Y sigue con esto...
-Si fueras un vampiro no te reflejarías en un espejo. Eso es muy fácil de probar.
Se ausentó unos instantes mientras buscaba el espejo que estaba en la cómoda que iría en su habitación. Cuando lo encontró lo llevó a donde ella le esperaba y lo colocó de forma tal que ella se pudiera apreciar en el espejo y que él la viera nada más que a ella. Es decir, lo sostenía.
Luego lo apoyó contra la pared y se acomodó a su lado.
-Evidentemente tengo razón.

Rechiné mis dientes con eso, realmente me había sacado. Me había terminado de sacar de mis casillas.
Fui a buscar a Ben y al instante lo traía tomado de su cola, me senté en el sofa sobre los vidrios sin hacer caso a sus formas puntiagudas y tomé su cuello entre mis manos, apoyé mi boca en su yugular hasta lastimarlo pero sin transformarlo o asesinarlo. Sólo una pequeña marca, sólo para que el pequeño me intentara enfrentar.

De pronto su acompañante le salió con algo totalmente incoherente.
-Suelta a Ben... ¡¿Qué le estás haciendo?! -gritó cuando vio lo que hacía -¡Déjalo!
Estaba loca. No había razón para que actuara de esa forma, para que cometiese semejante acto irracional. Pero se quedó quieto porque si intentaba forcejear con ella para sacarle a Ben de las manos sería peor. Alguno de los tres iba a salir herido, y no era la intención.
Sólo está jugando, no va a hacerle nada, sólo juega. Se repetía a sí mismo esa frase tratando de convencerse. Y sabía que era inútil.

-¿Te importa si convierto a tu gato? - lo desafié - ¿O darías tu vida por la de él?
Solté al gato, tomé un cenicero que había en la mesa y lo sujeté tan fuerte que lo hice añicos y mi mano quedó exactamente como antes: sin ninguna herida.
-Me presto como fenómeno para algún experimento. Creeme. O sino, el próximo serás tu, al menos intenta escapar. Los vampiros no somos como Drácula. No colmillos, no alergia a ajo, crucifijos, plata o lo que sea. Somos sólo bestias asesinas con capacidades imposibles.
-Eres malditamente ingenuo, no sabes nada.

El cenicero estalló en sus manos. Se asombró de tal forma que se alejó unos ecntímetros de ella.
¿Creerle? Estaba empezando a imaginar que le decía la verdad. Su verdad. Y él defendía las diferentes verdades. Él no podía discutirle más porque se faltaba a sí mismo.
-No sé nada sobre tu verdad. Pero si sé sobre la mía. Si tu verdad es la verdad, enseñáme algo más. Más pruebas, más argumentos -se acercó a ella -Creeré tu verdad si sabes justificarla.

-¿Qué quieres que haga, bonito? - me gustaba ese desafío, estaba encontrándole el sabor y eso era excitante para mi, me levanté de donde estaba sentada y me acerqué a él acorralándolo con mis brazos - ¿Crees que podrás escapar? - me acerqué a su cuello y lo mordí levemente tal como había hecho con el gato y luego hice una rápida maniobra corriendo hacia el piso de arriba subiendo al balcón para saltar y aterrizar exactamente frente a la ventana que había estallado con nuestros cuerpos anteriormente, todo eso, en menos de 30 segundos, mucho menos.

Lo acorraló y luego lo mordió. Eso lo estaba asustando, su comportamiento tan extraño cada vez le advertía más de una verdad verdadera, valga la redundancia.
Y luego el salto de balcón y no se lastimó, permaneció en su estado atlético.
No, no podía estar mintiendo.
Se frotaba el lugar donde le mordió mientras se acercaba hacia ella.
-Si te digo que te creo, ¿me crees?
Ya se había olvidado de la realidad, y se sumía poco a poco en el fantasioso mundo que ella le proponía. Lo llamaba y él atendía a ese llamado.